Historias del automóvil
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Si se le suavizaran un par de entradas de aire, redondearan un par de esquinas y una o dos líneas rectas, me hubiera subido al Murciélago jugueteando con las llaves, sin esa sensación de temor al acercame a algo que parece que se va a levantar y arrancarme la cabeza de cuajo. Pero no creo que todos estos trucos de los que hablo estén ahí solo para que sus afortunados dueños puedan impresionar a los simples mortales: creo que en el fondo, los conductores queremos pasar miedo.
Yo sé que quiero pasar miedo. He pasado mucho miedo en algunos de los coches que han pasado por TopGear, muchas veces antes incluso de subirme a ellos. Es una sensación bastante cruel: estar tumbado en la cama de algún hotel barato sabiendo que al día siguiente tengo que acudir a una pista de carreras donde tendré que meter mi culo en algo que, con toda seguridad, habrá acabado conmigo antes incluso de poner la llave en el contacto. He pasado por estados de agitación en los que no podía dejar de sudar pensando en que el coche de turno, como el Renault de Formula 1 que conduje hace unos años, estaba esperándome, pensando en lo que me iba a hacer por la mañana. Y nada de lo que me fuera a hacer iba a ser divertido. O indoloro.
Y después de esto me desperté en la cama de un hospital convencido de que estaba en una fiesta y de que mi mujer era francesa. Sí, aquello salió mal. Y no, no volvería a conducir un coche como aquel. Pero, y esto es lo principal, si que volvería a azuzar a otro monstruo como ese. Y lo he hecho muchas, muchas veces desde entonces: me subí en pleno desierto en un Bowler Nemesis que parecía que iba a abrir un ojo y me iba a devorar de un bocado. También atrevesé a toda velocidad las llanuras saladas de Bonneville. Esta mañana mismo, he rodado unas cien millas a lo largo de enrevesadas carreteras a bordo de una Suzuki Hayabusa que podría, en manos de un profesional, llevarme a la luna. Y este mes me subí a un helicóptero, lo encendí y me elevé al cielo sin la ayuda de nadie por primera vez en mi vida.
La Suzuki Hayabusa de la que habla Richard Hammond
Eso es lo que me pasa, me gusta estar asustado... a todos nos gusta que nos asusten. Somos felices mientras en nuestra imaginación nos acechan siniestros monstruos de cuatro ruedas que quieren maltratarnos: son los nidos de avispas a los que nos acercábamos con un palo cuando éramos niños. Esto no es como pasear un perro peligroso con una cadena para impresionar a otros miembros de nuestro grupo. Es ver quien tiene cojones como para meterse en la jaula de ese perro y ponerse en su piel. Y después poder salir para contarlo.
2. ¿El mono que lleva el sospechoso es como el de the Stig?
Si el mono de carreras del sospechoso parece diferente del que lleva el auténtico, es muy posible que no sea the Stig. El mono de the Stig es muy parecido al que lleva the Stig.
3. ¿Te lo has encontrado en una estación de servicio al noroeste de Inglaterra?
Si te encuentras en una estación de servicio al noroeste de Inglaterra, tienes muchos números de que no te hayas encontrado a the Stig. The Stig raramente visita estaciones de servicios en esa zona del país. Hay quien dice que es por razones religiosas.
4. ¿Te echa para atrás el inconfundible olor a carne de caballo cruda y aceite de motor caliente?
Si el sospechoso suda con el típico olor humano -sudor, chocolate, Axe Marine- es muy posible que no sea the Stig. El olor de the Stig es único, inolvidable y ligeramente desgarrador.
5. ¿Te encuentras sobreexcitado y algo corto de espíritu crítico, quizás como resultado de un golpe de calor?
Si has pasado recientemente mucho tiempo al aire libre durante la última ola de calor, es posible que confundas a alguien que no se parece mucho a the Stig con el auténtico. Si éste es el caso, túmbate un rato en una habitación oscura.
En fin, yo creo que con estos consejos ya nadie debería confundiar a un impostor con el auténtico the Stig, ¿no?
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