Richard Hammond siente el miedo
Cuando me subí en el Murciélago LP670-4 SV que conduje el año pasado, lo hice con la misma confianza que tendría una cabra al ir a tocarle las pelotas a un T. Rex. Al encenderlo, cerré mis ojos y me puse a rezar en silencio. Si algo salía mal sería muy caro, bastante peligro y sobre todo, enormemente avergonzante. En apenas unos segundos el miedo se convirtió en respeto, y después en entusiasmo. Allí estaba pisando a fondo el acelerador, peleando con el volante y tirándolo a las curvas con alegre abandono, perdido en un mundo de equilibrio, potencia, control y un ruido ensordecedor.
Si se le suavizaran un par de entradas de aire, redondearan un par de esquinas y una o dos líneas rectas, me hubiera subido al Murciélago jugueteando con las llaves, sin esa sensación de temor al acercame a algo que parece que se va a levantar y arrancarme la cabeza de cuajo. Pero no creo que todos estos trucos de los que hablo estén ahí solo para que sus afortunados dueños puedan impresionar a los simples mortales: creo que en el fondo, los conductores queremos pasar miedo.
Yo sé que quiero pasar miedo. He pasado mucho miedo en algunos de los coches que han pasado por TopGear, muchas veces antes incluso de subirme a ellos. Es una sensación bastante cruel: estar tumbado en la cama de algún hotel barato sabiendo que al día siguiente tengo que acudir a una pista de carreras donde tendré que meter mi culo en algo que, con toda seguridad, habrá acabado conmigo antes incluso de poner la llave en el contacto. He pasado por estados de agitación en los que no podía dejar de sudar pensando en que el coche de turno, como el Renault de Formula 1 que conduje hace unos años, estaba esperándome, pensando en lo que me iba a hacer por la mañana. Y nada de lo que me fuera a hacer iba a ser divertido. O indoloro.
Y después de esto me desperté en la cama de un hospital convencido de que estaba en una fiesta y de que mi mujer era francesa. Sí, aquello salió mal. Y no, no volvería a conducir un coche como aquel. Pero, y esto es lo principal, si que volvería a azuzar a otro monstruo como ese. Y lo he hecho muchas, muchas veces desde entonces: me subí en pleno desierto en un Bowler Nemesis que parecía que iba a abrir un ojo y me iba a devorar de un bocado. También atrevesé a toda velocidad las llanuras saladas de Bonneville. Esta mañana mismo, he rodado unas cien millas a lo largo de enrevesadas carreteras a bordo de una Suzuki Hayabusa que podría, en manos de un profesional, llevarme a la luna. Y este mes me subí a un helicóptero, lo encendí y me elevé al cielo sin la ayuda de nadie por primera vez en mi vida.
La Suzuki Hayabusa de la que habla Richard Hammond
Eso es lo que me pasa, me gusta estar asustado... a todos nos gusta que nos asusten. Somos felices mientras en nuestra imaginación nos acechan siniestros monstruos de cuatro ruedas que quieren maltratarnos: son los nidos de avispas a los que nos acercábamos con un palo cuando éramos niños. Esto no es como pasear un perro peligroso con una cadena para impresionar a otros miembros de nuestro grupo. Es ver quien tiene cojones como para meterse en la jaula de ese perro y ponerse en su piel. Y después poder salir para contarlo.
Traducción libre de un servidor
Etiquetas: articulos, richard hammond | 1 comentarios
1 comentarios:
Seria genial poder tener en su cochera estas dos maquinas, una para aquellos momentos de adrenalina pura (La Suzuki Hayabusa) y otra para aquellos día de paseo y relax (Lamborghini Murciélag). Sin embargo tenéis otras optativas con la modalidad de los coches eléctricos , una forma segura, económica, práctica y amigable con el medio ambiente para realizar tu desplazamientos por la cuidad.
Publicar un comentario